jueves, 22 de mayo de 2008

¿Libertad de enseñanza?

Ahora que se cumplen 30 años desde que España decidió constituirse en un régimen de libertades salta a los medios de comunicación el debate sobre los colegios que una fundación privada está construyendo en el Parc Bit de Palma de Mallorca. Y, como suele suceder en estos casos, se produce la paradójica situación de que quienes más blasonan de defender la libertad son, precisamente, los que más se oponen al ejercicio de ese principio superior que garantiza el primer artículo de nuestra Constitución.

La creación de centros de enseñanza privados siempre provoca en los centros dependientes del Erario Público una cierta desazón. La enseñanza pública española, habituada al monopolio de la expedición de títulos, sin duda por su impronta francesa del XIX, no acepta de buen grado que desde el ámbito privado se le haga competencia. Por supuesto, hay excepciones, pero éstas se manifiestan siempre en el ámbito individual.

Quienes se oponen a la libre creación de centros de enseñanza, muestran su rechazo a que la educación se considere un servicio más sujeto a las leyes del mercado. Haciendo suyos los típicos resabios de una jerga decimonónica, suponen que lo público es bueno y la competencia privada es mala, muy mala… sobre todo cuando un@ está acostumbrad@ a vivir beneficiándose de una situación de monopolio. Lo más curioso de todo es que, por poner un ejemplo, el principio director de las reformas universitarias de los últimos años es la adaptación de la universidad a… las necesidades del mercado.

Otra de las paradojas que se dan con más frecuencia en torno a este tipo de centros de enseñanza es aquella que consiste en imputarles todos los males posibles. Así, por ejemplo, se ha dicho en las páginas del Diario de Mallorca que:

Si separamos a las personas con coeficiente intelectual elevado de las que no lo tienen, si separamos a las personas de clase social baja de les de clase social alta, si separamos las personas según la cultura i procedencia, si separamos las personas según el color de la piel, si separamos las persones según el sexo, seguramente la eficiencia en el aprendizaje será más elevada, eficiencia por lo que hace a los resultados académicos y a los resultados cognitivos, es decir, por lo que hace al rendimiento; pero, no nos engañemos, eso no es educación.

En primer lugar, el párrafo es un claro ejemplo de demagogia, porque más parece hablar de un campo de concentración que de un centro de enseñanza. En segundo lugar, la autora induce al lector a pensar que en los Colegios del Parc Bit se va a separar al alumnado por su clase social, por su coeficiente intelectual, por sus ingresos, o por el color de su piel.

Y si la autora piensa que tal sucederá en esos colegios, es que no sabe por dónde le da el aire. O tiene muy mala leche. Es más, se podría decir que nunca ha pisado un colegio de los mal llamados “del Opus” (dado que el Opus Dei no tiene colegios). Si tiene un poco de paciencia, y algo de confianza en la buena fe de los padres y las madres que los promueven, ella misma podrá comprobar que sus temores son infundados y que el ideario de esos colegios va en dirección diametralmente opuesta a la mendaz acusación de segregar a nadie por su clase social, por su coeficiente intelectual, por sus ingresos, o por el color de su piel.

Y no se les segregará porque, poniendo en práctica las enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en esos colegios, junto con un elevado rigor educativo, se persigue sólo y exclusivamente difundir, entre multitudes de todas las razas, de todas las condiciones sociales, de todos los países, el conocimiento y la práctica de la doctrina salvadora de Cristo: contribuir a que haya más amor de Dios en la tierra y, por tanto, más paz, más justicia entre los hombres, hijos de un solo Padre.

Muchos miles de personas —millones—, en todo el mundo, lo han entendido. Otros, más bien pocos, por los motivos que sean, parece que no. Si mi corazón está más cerca de los primeros, honro y amo también a los otros, porque en todos es respetable y estimable su dignidad, y todos están llamados a la gloria de hijos de Dios.
(San Josemaria Escrivá, Homilía El respeto cristiano a la persona y a su libertad).

Y en cuanto a la coeducación obligatoria, es claro que por algunos se pretende prohibir la educación diferenciada de niños y niñas, y que todos los centros educativos han de ser, obligatoriamente, mixtos. Obviamente, es legítimamente defendible la bondad de la educación mixta; pero también lo es la defensa de la educación diferenciada. Es tan simple como los es cualquier cuestión de preferencias personales, de respeto a las convicciones, de apostar por la diversidad de sistemas pedagógicos. Y si no es lícito imponer nada a nadie, lo lógico es que quién quiera colegio mixto, que pueda elegirlo; pero es igualmente legítimo que también pueda elegir libremente el que quiera educación diferenciada. Mientras los centros de educación diferenciada no pretenden imponer nada a nadie, es evidente que algunas ideologías quieren que sólo exista la educación mixta: ¿y la libertad?

Porque, en el fondo, de lo que estamos hablando es del pleno respeto a las convicciones ajenas, del libre ejercicio del pluralismo educativo, de llevar a la práctica el convivir con quienes piensan de forma diferente; en definitiva, estamos hablando de libertad. Y eso es, precisamente, lo que persiguen los padres y madres que están promoviendo esos colegios: ejercer libremente, y en igualdad de condiciones, su legítimo derecho a educar a sus hijos como a ellos les de la gana, ahora que se cumplen 30 años de libertad.

Y termino citando de nuevo una de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá:

“si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo es suave y su carga ligera. Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la legítima libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia.” (Es Cristo que pasa, Homilía Cristo Rey, Punto 184).

martes, 20 de mayo de 2008

Una palabra profanada

En vísperas de la Solemnidad del Corpus Christi, recojo un post de D. Enrique Monasterio que viene como anillo al dedo, para desagraviar tantas blasfemias como se oyen últimamente, incluso en progranas de TV supuestamente respetuosos con todas las creencias.

Empiezo a redactar este artículo en la capilla del Centro universitario donde trabajo. En este pequeño oratorio celebraré la Santa Misa dentro de media hora. Entre tanto permanece en penumbra. Para escribir me basta la luz tenue que ilumina el Sagrario.

He puesto una palabra como título. La leo en voz alta y siento la misma desazón que me produce oírla a todas horas: en la radio, en la televisión, en la calle, en las conversaciones más triviales e incluso en ambientes presuntamente cultos. Decido tacharla. Había escrito “La Hostia”

“La Hostia” es una palabra profanada, un vocablo envilecido, contaminado por el vómito de millares de blasfemos que se han ensañado con Ella durante años. No tengo tiempo ni ganas de hacer un análisis sociológico o histórico de la cuestión; pero, en todo caso, ofender a Dios con la palabra siempre me ha parecido un pecado estúpido, una especie de pataleta de adolescente, aunque sea cosa de viejos. Los blasfemos se rebelan contra sus más íntimas creencias con la misma agresividad del quinceañero que escupe a un retrato de su padre para reivindicar su autonomía.

No tan grave, pero sí tan necia como la blasfemia, es la irreverencia consciente, el manoseo torpe o graciosillo del lenguaje sagrado para escándalo de ancianitas o regocijo de clerófobos. La Hostia Santa (pongamos siempre este adjetivo) se ha convertido para muchos en un sustantivo “audaz”, en un churrete asqueroso del lenguaje progre o en una muletilla mohosa para tartamudos mentales.

Hace un rato, frente al despacho del capellán, un grupo de alumnos de Derecho comentaba el último examen de no sé qué asignatura. Una alumna repitió tres o cuatro veces esta palabra con su correspondiente artículo determinado. Yo no podía verla, y quizá ella tampoco era consciente de que la escuchaba a pocos metros. La chica probablemente no quería ofender a nadie, pero su reducido vocabulario precisaba de un comodín, y por lo visto no tiene otro mejor.

Sin embargo, la Hostia es Jesucristo. No quiero decir que “signifique” la presencia de Jesús entre nosotros; ni siquiera que “esté” escondido en un pedazo de pan. No: el pan ya no existe. La Forma consagrada “es” Jesús, su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad.

Miro al Sagrario. Todavía faltan diez minutos para la Misa. Dentro de poco tendré la Hostia en mis manos: el Cuerpo glorioso e inmortal de Jesús, que ha querido permanecer con sus heridas abiertas, entregándose eternamente al Padre desde la Cruz, para hacer perenne su Sacrifico.

Por eso, mientras trato de prepararme para celebrar la acción más sagrada y trascendente que podemos realizar en esta vida, pienso en ese Jesús escupido, torturado y humillado que se dispone una vez más a ser Sacerdote y víctima del Sacrificio. Y me pregunto si, tal vez, permitirá tantas ofensas, insultos e irreverencias a su presencia eucarística para poder seguir sufriendo como Hostia igual que sufrió en la Cruz.

* * *

He terminado la Misa hace veinte minutos. Hablo con Nacho de todo esto. Él piensa que tengo razón en el fondo, pero que exagero.

—La gente no sabe lo que dice. A mí no me gusta emplear esas palabras, aparte de que soy la mar de tranquilo, pero cuando juegas a básquet y te dan un codazo, no sé…, a lo mejor se me escapa. ¿Está mal eso?

—Las palabras salen siempre de algún sitio —respondo—; y nunca son inocuas.

Le propongo que limpiemos entre todos esta palabra santa, y no toleremos que la irreverencia se extienda entre personas que ni siquiera sospechan que ofenden al Señor. Que no vaya de boca en boca como si fuera basura.

—¿Y qué se consigue con eso?

—Dar gloria a Dios. Y, de paso, reparar por tantas ofensas.

Imagina por un momento que estás en el Huerto de los Olivos con Jesús. Él lleva ya sobre sus hombros todos los pecados de los hombres, y no aguanta más el peso y la repugnancia de ese cáliz terrible. Ha empezado a sudar gotas de sangre… ¿No te gustaría limpiarle la frente y besar su rostro?

Limpiemos al menos su Nombre; no seamos cobardes.

martes, 13 de mayo de 2008

La última patraña

Ya lo decíamos ayer, pero resulta que Jaime lo dice mejor que yo, por lo que me permito la osadía de apelar a nuestra vieja amistad y hacer un copy-paste de su artículo.

Dice así:

Cuando estudiaba en la Universidad de Barcelona a principios de los 70, me resultó atractivo el movimiento estudiantil contra el régimen de Franco, controlado por la Liga Comunista Revolucionaria de cuño trotskista. En cambio, el marxismo me resultó siempre soporífero. Cuando me asomé a Marx me pareció todo ello una patraña, incapaz de dotar de sentido mi experiencia vital.

Viene este recuerdo a mi memoria por la reciente lectura en Claves de Razón Práctica del Alegato contra la religión del antiguo trotskista británico Christopher Hitchens, en el que intenta persuadir a sus lectores de que han de abandonar sus creencias religiosas porque «las ciencias de la crítica textual, la arqueología, la física y la biología molecular han demostrado que los mitos religiosos son explicaciones falsas y artificiales». Llama la atención cuánto han proliferado tantos libros de proselitismo pseudo-científico antirreligioso por parte de quienes han ido dando tumbos ideológicos de acá para allá.

A quienes nunca hemos sido marxistas ni hemos apoyado ningún tipo de totalitarismo, esas defensas del ateísmo, supuestamente bienintencionadas, no pueden menos que revolvernos las tripas y el corazón. ¿Por qué pretenden imbuirnos de su paganismo? Si piensan que el cristianismo no es más fiable que los horóscopos, ¿por qué invertir esfuerzo en atacarlo? Lo que les pasa es que lo único que les queda del marxismo es su hostilidad contra la religión.

A finales de los 80 fui a la ciudad ucraniana de Lviv, que tiene cerca de un millón de habitantes. Visité su catedral católica transformada entonces en Museo del Ateísmo. Entre las piezas que se exhibían había una estatua de la Virgen en la que habían instalado por detrás un ingenioso mecanismo para verter agua de modo que simulara unas lágrimas: se enseñaba aquel artilugio a los alumnos de los colegios que visitaban el centro, explicándoles que así fabricaban sus «milagros» los católicos.

La pasada semana viajé a México y aproveché la ocasión para visitar la casa de Leon Trotsky, en la que en agosto de 1940 fue asesinado con un piolet por el catalán Ramón Mercader. Aquella sangrienta ejecución de un líder revolucionario por orden de Stalin reforzaba mi amarga impresión de que el comunismo es una ideología que llena a los seres humanos de odio y de una profunda tristeza.

En contraste, el cristianismo es una religión alegre que pretende ensanchar el horizonte de nuestras vidas, llenándolas de sentido, de amor y de servicio a los demás. Quienes han sido marxistas deberían dedicar su esfuerzo a intentar comprender cómo fueron captados por esa siniestra ideología en vez de empeñarse en persuadirnos de que tenían razón al menos en su hostilidad a la religión: a mí y a otros de mi generación, ese ateísmo militante nos parece la última patraña del marxismo.

domingo, 11 de mayo de 2008

Izquierda decimonónica

Desde la caida del Muro, la izquierda española en general, y ZP en particular, se han quedado sin los argumentos filosóficos (por llamarlos de alguna manera) que sustentaban la ideología socialista.

El caso es que, desde entonces, el PSOE de ZP (y de Roldán, y Vera y Barrionuevo, y el GAL, FILESA, MALESA, etc.) no tiene más referente ideológico que el de "darle cera a la Iglesia" siempre que pueda; so capa, eso sí, de un trasnochado laicismo, que huele a naftalina y a siglo XIX. Ojo, nada que ver con la izquierda realmente europea de Italia, Francia, Alemania o Inglaterra, que en este aspecto le dan mil vueltas al procer palurdo de León.

Teniendo en cuenta que, en economía, la izquierda nunca ha sido una buena gestora; y que, como hemos dicho, en lo ideológico se le han caido los palos del sombrajo, al pobre ZP y a la Vicevogue sólo les queda "la confrontación permanente" con el único enemigo que les puede plantar cara de verdad y de forma duradera.

Por algo será que en la Iglesia católica siempre defendemos que "la verdad os hará libres", mientras que la mentira ("ésto no es un trasvase", "no estamos negociando con ETA", "no hay crisis, sólo desaceleración") es el estado natural de "este pedazo de lider" que nos desgobierna.

Y ese es el problema, que con esos mimbres, no se puede hacer ningún cesto. Por eso, en España, es tan dificil ser, al mismo tiempo, coherente y progresista.

sábado, 10 de mayo de 2008

Los problemas de la Justicia en España




Al hilo de los recientes y desgraciados acontecimientos que han salpicado a la Justicia por su mal funcionamiento; y por mucho que se empeñen los Sindicatos y el Ministerio de Justicia en reforzar las horas dedicadas a tramitar asuntos, el proverbial atasco de los Juzgados no lo van a resolver nunca. Al menos, mientras no se resuelvan unos cuantos problemas más.

El primero de ellos, es el eterno desfase existente entre el volumen de asuntos que se tramitan al año y el número de Juzgados que han de tramitarlos. Siempre crece a ritmo mucho más rápido el número de asuntos, mientras que nunca aumenta en la misma proporción el número de Juzgados. Eso es así desde que tengo uso de razón (y ya voy a por los 50).

El segundo problema está en la ridícula dotación presupuestaria del Ministerio de Justicia que, desde siempre, es la "hermana pobre" de la Administración Pública. El día en que Justicia tenga los mismos medios humanos, técnicos y presupuestarios que la Inspección de Hacienda, tendremos una Justicia moderna. Mientras tanto, nos tendremos que conformar, en pleno siglo XXI, con una Justicia decimonónica.

El tercer problema reside en el desfase tecnológico que sufren los Juzgados, comparados, por ejemplo, con la Banca Privada o con la Hacienda Pública. Por no tener, los Juzgados españoles no tienen ni una dirección de correo electrónico que esté disponible, no ya al público en general, sino para abogados, fiscales o procuradores. Y, no hablemos de la posibilidad de consultar el estado de los expedientes a través de Internet.

El cuarto problema nos lo encontramos en la dispersión de Organismos (evidentemente incompetentes) que "meten sus sucias manos" en este pastel: Ministerio de Justicia, Comunidades Autónomas con esa competencia transferida y Consejo General del Poder Judicial. Al final, los unos por los otros y la casa sin barrer. Por ejemplo: llevamos más de tres años esperando a que entre en funcionamiento un programa que permita incorporar a los ordenadores de los Juzgados los documentos electrónicos que aportemos los abogados fiscales o procuradores por vía electrónica. Pues bien, a estas alturas de Internet, hoy es el día en que seguimos esperando a que el Ministerio, las CCAA que tienen transferidas las competencias de Justicia y el CGPJ se pongan de acuerdo en cómo debe ser ese programa. Que yo sepa, el programa sólo está funcionando, en fase de pruebas y no en todos los Juzgados, en León, patria chica de ZP, y en Zaragoza, de donde es, curiosamente, el Presidente del Consejo General de la Abogacía Española, Sr. Carnicer. Al paso que vamos, eso llegará al resto de España, Dios mediante, en el próximo siglo.

El quinto problema es de recursos humanos, y paradójicamente, la culpa la tienen los Jueces, los Secretarios Judiciales y el resto de personal adscrito a las Oficinas Judiciales. Me explico. Desde siempre, es el personal de los Juzgados el que absorbe el aumento de la litigiosidad mediante el aumento de horas de trabajo, ya sea en casa o en el juzgado (y hablo con conocimiento directo de tema). Han aceptado trabajar a base de incentivos por productividad y, con ello, hemos conseguido tener muchas sentencias, sí, pero muchas de ellas redactadas con excesiva prisa y muchas más pendientes de ejecutar, cuando lo ideal es tener buenas sentencias, aunque sean pocas, pero ni una más; y que sean el Ministerio, las CC.AA. y el CGPJ los se pongan las pilas para que haya, cada año, más Juzgados y mejor dotados, en función del aumento de la litigiosidad.

Hasta que no se solucionen todos esos problemas, y alguno otro que no cito para no aburrir, la Justicia en España irá como puta por rastrojo, dando tumbos al socaire de los vientos que soplen el Ministerio, en las CC.AA. y en el CGPJ.

Todo lo demás serán vanos intentos de cambiar la mierda de sitio, en lugar de limpiar la porquería.

Y, como decimos los sufridos letrados, este es mi parecer, que someto a cualquier otro mejor fundado.