martes, 10 de septiembre de 2013

Llámale Providencia

Hay días en los que empiezan bien las cosas, al poco rato todo sale al revés de lo previsto y, no obstante, al final el día termina arreglándose como por arte de magia. Y no es magia. Simplemente, ocurre. Llámalo azar, si quieres, llámalo conjunción de los astros, si te gusta más. Yo prefiero llamarlo Providencia.
La cosa empezó bien, Nacho apareció puntual en la puerta de su casa, llegamos al hide a punto de clarear, la temperatura era buena sin ser calurosa, y el cielo no estaba cubierto. Colocamos los equipos, limpiamos los cristales y decidimos dejar el coche cerca porque la última vez no pareció afectar a los clientes del bebedero.
Y a esperar… en balde…
Cambio de planes, salimos, colocamos un posadero más, recolocamos el otro y nos llevamos el coche lejos del hide. Ah, y las nubes empezaron a llegar. Muchas nubes. Gordas, finas, oscuras, claras. De todo. Pero no llovió.
Y empezaron a llegar las sorpresas. Primero un Papamoscas gris, luego unos Pardillos, una hembra de Tarabilla común, después el macho, luego una inquieta hembra de Curruca cabecinegra, un par de verderones, un verdecillo chiquitillo. Y un bando de Jilgueros que se quedó en las inmediaciones, pero que no entró. Lástima.
También aparecieron un par de Milanos reales y un Xoriguer. Uno de los milanos pasó en vuelo rasante a escasos metros, pero estábamos en otra cosa y sólo nos dio tiempo a decirle adiós. El Xoriguer, en cambio, se posó encima del hide y, a pesar de que escuchábamos su característico grito, no pudimos verlo. Otra vez será.
Y a eso de las 12:30 levantamos el real, y nos fuimos, como suele decirse, cada mochuelo a su olivo.
Estas son las fotos que se salvaron de la quema.