sábado, 31 de enero de 2009

Decíamos ayer…


Como lo prometido es deuda, os cuento que, el pasado mes de agosto, justo cuando comenzaba unos días de asueto, una llamada a primera hora de la mañana puso en marcha una verdadera odisea. Había un riñón esperándome en el Hospital de referencia de mi ciudad, por si todavía estaba interesado en el trasplante. Y, sí, todavía estaba interesado. Vaya si lo estaba!

Mentalmente se me escapó una brevísima pero intensa acción de gracias a Dios y a su Madre y, sin prisa pero sin pausa, metí cuatro cosas en la bolsa de viaje y, acompañado de mi hermano y de la oración de mucha gente buena, salimos hacia el Hospital.

Horas de espera y pruebas de compatibilidad con el donante, muchas jaculatorias y avemarías desgranadas poco a poco y; de repente, alguien dice: “bueno, ya está, bajamos a quirófano”. Al llegar, el anestesista (hermano de un buen amigo y Colega), con gesto serio, me pone al corriente de los riesgos de la operación que, en mi caso concreto, no son grano de anís ni moco de pavo. Y, de nuevo, una plegaria: “Beata María intercedente, bene ambulemus: Dominus sit in itínere nostro, et Angeli eius comitentur nobiscum. In nómine Patri, et Filii et Spíritus Sancti. Amen.” (Por la intercesión de Santa María, que tengamos un buen viaje: que el Señor esté en nuestro camino, y sus Ángeles nos acompañen. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.)

Poco más recuerdo de ese día. Sólo que me desperté en una sala de diálisis con un mal cuerpo tremendo y una tensión arterial por los suelos… Y vuelta a rezar… y a dejarlo todo en las manos de Dios. Y vuelta a la UCI, y a la morfina, y a la zona de aislamiento, y tubos por todos lados… Y así un día y otro… hasta que, por fin, después de un mes y medio, llega la frase más esperada: “Te vamos a dar el alta”.

Durante mi estancia en el hospital siempre he estado acompañadísimo. Ni un solo día dejaron de visitarme y de hacerme pasar un rato agradable tantos y tan buenos amigos que las enfermeras legaron a pensar de mí que era algún VIP o algún “famoso” de los que salen en la Tele. Nada más lejos de la realidad. Lo que pasaba es que, como decía San Josemaría Escrivá, el Opus Dei es una verdadera familia. Gracias a todos y a todas!!

Luego, vinieron las revisiones, y más revisiones; y unos días de Navidad maravillosos en La Lloma, disfrutando como un niño pequeño; afotando pájaros de todas clases, y rezando junto a un Belén monumental que puso Poncho Barcía en la sala de estar del pabellón.

Y vuelta a la normalidad, a zapatear por los Juzgados, a saludar a los colegas y a los Jueces… al día a día; a lo ordinario.

Qué bien cuadran aquí las palabras de San Josemaría en el Punto 6 de la VIª Estación del Vía Crucis: Ut in gratiarum semper actione maneamus! Dios mío, gracias, gracias por todo: por lo que me contraría, por lo que no entiendo, por lo que me hace sufrir.

Laus Deo, Virginique Matri!