lunes, 12 de diciembre de 2011

Mirarse en el espejo

Muchas veces creemos que las raíces de nuestros problemas están en los otros.
En las mil dificultades de la vida siempre podemos señalar, con el dedo de la memoria, a un culpable fuera de nosotros.
No siempre nos damos cuenta de que podemos dar un vuelco radical a muchos problemas si nos miramos en el espejo.
Y qué poco cuesta pensar, en serio, si no hay algo que dependa de mí y que pueda mejorar poco o mucho las cosas o, al menos, hacer más llevadero un momento de conflicto.

Archivo:                           DSC_5116.NEF
Fecha de disparo:              19/11/2011 12:09:39.00
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Dispositivo:                       Nikon D300
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Velocidad de obturación:    1/640s
Modo de exposición:          Prioridad a la obturación
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Sensibilidad ISO:                ISO 200
Balance de blancos:           Luz del sol directa, 0, 0
Espacio de color:               sRGB
Picture Control:                 [SD] Estándar

martes, 25 de octubre de 2011

El Último Tercio

El perro de Rocroi

(J.P.R. en XL Semanal, Número: 1252. Del 23 al 29 de octubre de 2011)

La vida concede ciertos privilegios, y tener algunos amigos leales, sólidos como rocas, es uno de los míos. Entre ellos se cuenta el mejor de los pintores de batallas españoles vivos: se llama Augusto Ferrer-Dalmau, y llegué a su amistad por el camino más corto: la admiración que siento por su obra. Un día fui a una exposición suya y se lo dije. Le hablé de cómo, en mi opinión, su pintura continúa y renueva una tradición clásica que en España, con breves excepciones, tuvo escasa fortuna. Pocos de nuestros pintores se ocuparon de un género que en Francia tuvo a Meissonier y a Detaille, y en Inglaterra a Caton Woodville. Por ejemplo.

Ahora Ferrer-Dalmau ha terminado un cuadro espléndido, que estos días puede admirarse en una exposición que sobre su obra y la de su paisano Cusachs se celebra en el venerable edificio de Capitanía de Madrid, esquina de Mayor con Bailén. Se llama `Rocroi. El último tercio´, y narra -pintar con talento es una forma de narrar tan eficaz como otra cualquiera- la situación en el campo de batalla de Rocroi hacia las diez de la mañana del 19 de mayo de 1643, cuando los veteranos de la destrozada infantería española, formando el último cuadro, esperaban impasibles el ataque final de la artillería y la caballería francesas. Último ataque, éste, que no llegó a producirse. Admirado el duque de Enghien por la resistencia de los españoles -murallas humanas, los llamaría Bossuet- permitió a los supervivientes capitular con todos los honores, en los términos que se concedían a las guarniciones de plazas fuertes.

El cuadro de Rocroi tiene para mí un sentido especial, pues nació de una conversación con el pintor mientras despachábamos un cordero con cuscús en un restaurante de Madrid. Un lienzo crepuscular, fue la idea, que reflejase la soledad y el ocaso, la derrota orgullosa, el impávido final simbólico de la fiel infantería que durante dos siglos, desde los Reyes Católicos a Felipe IV, hizo temblar a Europa. El retrato riguroso de aquellos soldados empujados por el hambre, la ambición o la aventura, que acuchillaron el mundo caminando tras las viejas banderas, desde las junglas americanas a las orillas lejanas del Mediterráneo, de las costas de Irlanda e Inglaterra a los diques de Flandes y las llanuras de Europa central: hombres brutales, crueles, arrogantes, amotinadizos y broncos, sólo disciplinados bajo el fuego, que todo lo soportaban en cualquier degüello o asedio, pero que a nadie -ni siquiera a su rey- toleraban que les alzase la voz.

Mete un perro en el cuadro, sugerí más tarde, cuando el artista me mostró los primeros bocetos: uno que, como sus amos, se mantenga erguido esperando el final. Un chucho español flaco, pulgoso, bastardo, que siguió a los soldados por los campos de batalla y que ahora, acogido también al último cuadro, abandonado por su patria y sin otro amparo que sus colmillos, sus redaños y los viejos camaradas, espera resignado el final. Y píntalo tan desafiante y cansado como ellos.

A Ferrer-Dalmau le gustó la idea. Y ahora he visto el cuadro acabado, y el perro está ahí, en el centro, entre un veterano de barba gris y un joven tambor de trece o catorce años que el artista ha pintado rubio porque, naturalmente, es hijo de madre holandesa y de medio tercio. En el lienzo no figura el nombre del perro; pero Ferrer-Dalmau y yo sabemos que se llama Canelo y es un cruce de podenco y galgo español de hocico largo y melancólico, firme sobre sus cuatro patas, arrimado a sus amos mientras mira las formaciones enemigas que se acercan entre el humo de la pólvora, dispuestas al ataque final. Vuelto a los franceses como diciéndose a sí mismo: hasta aquí hemos llegado, colega. Es hora de vender caro, a ladridos y dentelladas, el zurcido pellejo. El cuadro es soberbio, como digo. O me lo parece.

Retrata a la pobre y dura España de toda la vida: el soldado ciego con una espada en la mano, al que un compañero mantiene de pie y vuelto hacia el enemigo; los que rematan sañudos a los franceses moribundos; el tranquilo arcabucero que sopla la mecha para el último disparo; el desordenado palilleo de picas que eriza la formación, tan diferente a las victoriosas lanzas que pintó Velázquez. Y sobre todo, la expresión de los soldados que miran al enemigo-espectador con rencor asesino. Acércate, parecen decir. Si tienes huevos. Ven a que te raje, cabrón, mientras nos vamos juntos al infierno. Realmente da miedo acercarse a esos hombres; y uno entiende que les ofrecieran rendirse con honor antes que pagar el precio por exterminarlos uno a uno. Son tan auténticos como el buen Canelo: españoles desesperados, tirados como perros, olvidados de Dios y de su rey. Y pese a todo, arrogantes hasta el final, fieles a su reputación, temibles hasta en la derrota. Peligrosos y homicidas como la madre que nos parió.

(Por la transcripción C3PO)

viernes, 9 de septiembre de 2011

El origen de TODAS las Crisis Españolas

Un reconocido profesor de economía de la Universidad norteamericana de Texas-Tech alegó que él nunca había suspendido a uno de sus estudiantes pero que, en una ocasión, tuvo que suspender la clase entera. Cuenta que esa clase le insistió que el socialismo sí funcionaba, que en éste sistema no existían ni pobres ni ricos, sino una total igualdad.

El profesor les propuso a sus alumnos hacer un experimento en clase sobre el socialismo: Todas las notas iban a ser promediadas y a todos los estudiantes se les asignaría la misma nota de forma que nadie sería suspendido y nadie sacaría una A (excelente).

Después del primer examen, las notas fueron promediadas y todos los estudiantes sacaron B. Los estudiantes que se habían preparado muy bien estaban molestos y los estudiantes que estudiaron poco estaban contentos.

Pero, cuando presentaron el segundo examen, los estudiantes que estudiaron poco estudiaron aún menos, y los estudiantes que habían estudiado duro, decidieron no trabajar tan duro ya que no iban a lograr obtener una A; y así, también estudiaron menos. ¡El promedio del segundo examen fue D! Nadie estuvo contento.

Pero cuando se llevó a cabo el tercer examen, toda la clase sacó F: ¡suspensos a todos!

Las notas nunca mejoraron. Los estudiantes empezaron a pelear entre si, culpándose los unos a los otros por las malas notas hasta llegar a insultos y resentimientos, ya que ninguno estaba dispuesto a estudiar para que se beneficiara otro que no lo hacía.

Para el asombro de toda la clase, ¡Todos perdieron el año! Y el profesor les preguntó si ahora entendían la razón del gran fracaso del socialismo.

Es sencillo; simplemente se debe a que el ser humano está dispuesto a sacrificarse trabajando duro cuando la recompensa es atractiva y justifica el esfuerzo; pero cuando el gobierno quita ese incentivo, nadie va a hacer el sacrificio necesario para lograr la excelencia.

Finalmente, el fracaso será general pero los únicos responsables... ¡no lo reconocerán jamás!.

Nota: Winston Churchill, premio Nobel en 1953 dijo:

"El socialismo es la filosofía del fracaso, el credo de los ignorantes, la prédica de la envidia; su misión es distribuir la miseria de forma igualitaria para el pueblo. "

Para terminar una cita de la ex-primer Ministra Británica Margaret Thatcher:

"El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero.... de los demás"

sábado, 23 de julio de 2011

El problema no es la corbata, Pepe.

Uno de los principales problemas que arrastra la joven democracia española es el de la absoluta confusión de los tres poderes constitucionales: legislativo, ejecutivo y judicial.

Y lo peor de todo es que, con el paso de los años, los socialistas han empeorado la situación; y se ha cumplido con la profecía que hizo Alfonso Guerra: a la España constitucional de los años 70, ya no la conoce ni la madre que la parió.

Algunos pueden pensar ingenuamente que el empeño por laminar la separación de poderes sólo es una “pedrada mental” del optimista patológico que habita en el Complejo de La Moncloa. Pero no. No hay que engañarse. El socialismo español (en sus formulaciones teóricas y prácticas) es absolutamente incompatible con la separación de poderes; y, por ello mismo, con cualquier sistema democrático excepto el de inspiración soviética o bananera.

De hecho, el último episodio protagonizado por el Ministro Sebastián y la Reina Madre (digo, Pepe Bono) a propósito de un quítame allá esa corbata, no es más que un nuevo capítulo de esa falta de la necesaria separación de poderes. Mucho se ha comentado el asunto y se le ha tildado de disparate, de banalidad o, incluso, de ridiculez. Y ahí está el fallo.

En los países civilizados y con siglos de parlamentarismo democrático a las espaldas, en el Parlamento manda su Presidente, y se hace los que ordena el Reglamento. Salvo en el español. En las Cortes manda el Presidente del Gobierno y sus Ministros hacen impunemente lo que les da la gana.

El día en que la Reina Madre (digo, Pepe Bono) le retire la palabra a un Ministro de ZP por no contestar a una pregunta de un diputado del PP, podrá luego decirle a Sebastián que se ponga la corbata o que abandone el hemiciclo. Pero, mientras siga permitiendo que las sesiones de control al gobierno sean un diálogo de besugos, su “auctoritas” será la misma que la de una señal de prohibido aparcar… colocada en medio del Sahara.

Y el ministro Sebastián (o el que esté de turno) se fumara un puro, y se ciscará impunemente en el Reglamento de las Cortes. Con un par...

lunes, 23 de mayo de 2011

¡Que lo echen!

(por favor)



Lo de Zapatero es muy preocupante. Nunca el PSOE había obtenido tan mal resultado en unas elecciones municipales. Nunca. Ni siquiera en 1979, recién estrenada la democracia, cuando sacó un 28% raspado. Son tantos los varapalos y el bofetón ha sido tan brutal que los socialistas ni siquiera pueden recurrir a enarbolar el triunfo relativo en Extremadura para camuflar la derrota. Y el tío dice que ni convoca elecciones ni dimite.

Por eso es necesario recordar que el presidente de Gobierno no es elegido en España para que ocupe la poltrona durante cuatro años. Lo vota el Congreso de los Diputados por el tiempo que éste le mantenga la confianza. Por lo tanto, no es el empecinamiento de Zapatero quien lo apuntala en La Moncloa, es la ceguera del PSOE y, más concretamente, la de su grupo parlamentario.

Ahora que pueden ver cuánto daño es capaz de hacer, no sólo a España, sino también a ellos, ha llegado el momento de que los socialistas lo echen. Si quieren hacerlo con buenas palabras y no de un puntapié, da igual, pero que lo echen. Si el que nos ponen no quiere convocar elecciones anticipadas, que no lo haga. Y, si creen ingenuamente que Rubalcaba es su salvador, que lo traigan a él, aunque es obvio que hay, para todos, mejores opciones. El caso es que quiten de una vez a Zapatero. Cualquier cosa que alojen en La Moncloa será mejor. Ya que el destrozo infligido a la nación les importa una higa, que lo hagan al menos por los muchos sueldos y chollos que hoy han perdido y por los que este tío puede hacerles perder en el futuro si insisten en ser dirigidos por él.

¿Es que es mucho pedir que nos hagan, y se hagan a ellos mismos, la caridad de librarnos de él?