miércoles, 30 de enero de 2008

¿Libertad?


Ahora que se cumplen 30 años desde que España decidió constituirse en un régimen de libertades salta a los medios de comunicación el debate sobre los colegios que una fundación privada está construyendo en el Parc Bit de Palma de Mallorca. Y, como suele suceder en estos casos, se produce la paradójica situación de que quienes más blasonan de defender la libertad son, precisamente, los que más se oponen al ejercicio de ese principio superior que garantiza el primer artículo de nuestra Constitución.

La creación de centros de enseñanza privados siempre provoca en los centros dependientes del Erario Público una cierta desazón. La enseñanza pública española, habituada al monopolio de la expedición de títulos, sin duda por su impronta francesa del XIX, no acepta de buen grado que desde el ámbito privado se le haga competencia. Por supuesto, hay excepciones, pero éstas se manifiestan siempre en el ámbito individual.

Quienes se oponen a la libre creación de centros de enseñanza, muestran su rechazo a que la educación se considere un servicio más sujeto a las leyes del mercado. Haciendo suyos los típicos resabios de una jerga decimonónica, suponen que lo público es bueno y la competencia privada es mala, muy mala… sobre todo cuando un@ está acostumbrad@ a vivir beneficiándose de una situación de monopolio. Lo más curioso de todo es que, por poner un ejemplo, el principio director de las reformas universitarias de los últimos años es la adaptación de la universidad a… las necesidades del mercado.

Otra de las paradojas que se dan con más frecuencia en torno a este tipo de centros de enseñanza es aquella que consiste en imputarles todos los males posibles. Así, por ejemplo, se ha dicho en las páginas del Diario de Mallorca que:

Si separamos a las personas con coeficiente intelectual elevado de las que no lo tienen, si separamos a las personas de clase social baja de les de clase social alta, si separamos las personas según la cultura i procedencia, si separamos las personas según el color de la piel, si separamos las persones según el sexo, seguramente la eficiencia en el aprendizaje será más elevada, eficiencia por lo que hace a los resultados académicos y a los resultados cognitivos, es decir, por lo que hace al rendimiento; pero, no nos engañemos, eso no es educación.

En primer lugar, el párrafo es un claro ejemplo de demagogia, porque más parece hablar de un campo de concentración que de un centro de enseñanza. En segundo lugar, la autora induce al lector a pensar que en los Colegios del Parc Bit se va a separar al alumnado por su clase social, por su coeficiente intelectual, por sus ingresos, o por el color de su piel.

Y si la autora piensa que tal sucederá en esos colegios, es que no sabe por dónde le da el aire. O tiene muy mala leche. Es más, se podría decir que nunca ha pisado un colegio de los mal llamados “del Opus” (dado que el Opus Dei no tiene colegios). Si tiene un poco de paciencia, y algo de confianza en la buena fe de los padres y las madres que los promueven, ella misma podrá comprobar que sus temores son infundados y que el ideario de esos colegios va en dirección diametralmente opuesta a la mendaz acusación de segregar a nadie por su clase social, por su coeficiente intelectual, por sus ingresos, o por el color de su piel.

Y no se les segregará porque, poniendo en práctica las enseñanzas de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en esos colegios, junto con un elevado rigor educativo, se persigue sólo y exclusivamente difundir, entre multitudes de todas las razas, de todas las condiciones sociales, de todos los países, el conocimiento y la práctica de la doctrina salvadora de Cristo: contribuir a que haya más amor de Dios en la tierra y, por tanto, más paz, más justicia entre los hombres, hijos de un solo Padre.Muchos miles de personas —millones—, en todo el mundo, lo han entendido. Otros, más bien pocos, por los motivos que sean, parece que no. Si mi corazón está más cerca de los primeros, honro y amo también a los otros, porque en todos es respetable y estimable su dignidad, y todos están llamados a la gloria de hijos de Dios. (San Josemaria Escrivá, Homilía El respeto cristiano a la persona y a su libertad).

Y en cuanto a la coeducación obligatoria, es claro que por algunos se pretende prohibir la educación diferenciada de niños y niñas, y que todos los centros educativos han de ser, obligatoriamente, mixtos. Obviamente, es legítimamente defendible la bondad de la educación mixta; pero también lo es la defensa de la educación diferenciada. Es tan simple como los es cualquier cuestión de preferencias personales, de respeto a las convicciones, de apostar por la diversidad de sistemas pedagógicos. Y si no es lícito imponer nada a nadie, lo lógico es que quién quiera colegio mixto, que pueda elegirlo; pero es igualmente legítimo que también pueda elegir libremente el que quiera educación diferenciada. Mientras los centros de educación diferenciada no pretenden imponer nada a nadie, es evidente que algunas ideologías quieren que sólo exista la educación mixta: ¿y la libertad?

Porque, en el fondo, de lo que estamos hablando es del pleno respeto a las convicciones ajenas, del libre ejercicio del pluralismo educativo, de llevar a la práctica el convivir con quienes piensan de forma diferente; en definitiva, estamos hablando de libertad. Y eso es, precisamente, lo que persiguen los padres y madres que están promoviendo esos colegios: ejercer libremente, y en igualdad de condiciones, su legítimo derecho a educar a sus hijos como a ellos les de la gana, ahora que se cumplen 30 años de libertad.

Y termino citando de nuevo una de las enseñanzas de San Josemaría Escrivá:

“si alguno entendiese el reino de Cristo como un programa político, no habría profundizado en la finalidad sobrenatural de la fe y estaría a un paso de gravar las conciencias con pesos que no son los de Jesús, porque su yugo es suave y su carga ligera. Amemos de verdad a todos los hombres; amemos a Cristo, por encima de todo; y, entonces, no tendremos más remedio que amar la legítima libertad de los otros, en una pacífica y razonable convivencia.” (Es Cristo que pasa, Homilía Cristo Rey, Punto 184).

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